II
CERCANÍA
(NEARNESS)
-¡Hey! –le dije.
-¿Cómo estás, Brandon? –me respondió con amabilidad.
-No me quejo…
-Sería sorprendente que lo hicieras.
-¿Por qué?
Con un movimiento de su cabeza señaló hacia Chloe, que se reía como si quisiera que todo el vecindario lo hiciera con ella.
-No me agrada su presencia, ella y yo tuvimos leves roces, cuando vivía aquí, que fue una de las razones por las que… se fue.
Mi gesto denotó curiosidad, incluso fruncí el ceño, preguntándole: “¿Chloe vivió aquí?”.
-¿No lo…? Cierto, cierto. Tranquilo, algún día te lo diré. –me respondió como si pretendiese que me quedaría allí permanentemente esperando una respuesta.
-No, no hay problema.
-¿En qué?
-No tiene importancia.
La importancia para mí en ese momento se marcaba con tinta negra indeleble en su rostro bronceado. Sólo por un momento, miles de temas pasaron por mi cabeza para no hacer más incómodo el silencio. Y como no quería demostrarle absolutamente nada de lo que sentía que estaba pasando dentro de mí, al fin encontré una pregunta qué formularle, pero…
-¡Ja, ja, ja! –la risa de Matt era un tanto empalagosa.
De repente Matt rió como si hubiese recordado algo chistoso, lo que hizo que me contagiara su risa y termináramos riéndonos sin motivo alguno…
-¿De qué rayos te ríes? –me preguntó.
-¿Y de qué te ríes tú? –me defendí, aún respirando audiblemente por el ataque de risa.
-La expresión de tu cara me causó risa, de repente te quedaste mirándome como si te debiera algo, y no te ofendas pero pusiste una cara de tonto. Tonto. ¡Lo que te faltó fue babear!
Me quedé perplejo, aún sin cavilar si fue que se burló de mi expresión o es que sentía la misma necesidad que yo de romper el hielo.
Si es por mi hubiese roto el océano atlántico.
Matt asentó su mirada en mí como si vislumbrara algo que lo distrajera. Se dio cuenta de lo que hacía y se sumergió lacónicamente. Cuando volvió a la superficie, nos consumió otro instante de silencio. Estábamos mirándonos tan fijamente, que no noté cuando mordió nuevamente sus labios con una sumisa ternura, que me hacía hundirme hacia al fondo de sus ojos, nadando mucho más en ellos que en la misma piscina. Me invadió una inquietud considerablemente inadmisible y pueril viniendo de mí. Y de pronto no supe qué hacer, o qué decir, estaba temblando, y no era precisamente por el frío de la tarde, o mi permanencia inerte en aquel pozo de donde quería salir ya. Su distracción al creer que yo la proveía, me abrumó por completo y de repente sentí ganas de cualquier otra cosa diferente al estornudo que simulé con el fin de usar el tiempo que estaba perdiéndose.
Me hizo una señal de respeto con la mano derecha, pensando que había sido real y se retiró a nadar. ¡Me entorpecí inesperadamente! Lo tenía en frente, pude sencillamente decirle lo que sentía y ya, aunque no fuera lo más prudente en mi agenda, igualmente ese sentimiento se colgaba de mi garganta y me clavaba las uñas. Pero todo el tiempo tiendo a sentir turbación, o desconfianza en mí mismo, combinada con mi susceptibilidad. Nunca me digné a decir “¡yo puedo!” o “yo estoy seguro que lo lograré”. Sólo me dejaba llevar como un cangrejo por la corriente, que era mi vida, absurda y sin sentido. Y yo, el inútil cangrejo dócil y conformista. Retorné en sí cuando por debajo del agua me tomó por los tobillos y pegué otro grito; pero no precisamente sumergido, pero más recatado y menos bullicioso. Me estremecí, en realidad fue como un chispazo a la realidad que no quería ver, o rendir. “Qué estúpido soy”, me digo. Y visualizo a Matt, que había nadado al otro extremo, plantando su cabello hacia atrás con ambas manos como afirmándolo hacia su corteza. Ya se estaba enlutando el cielo y se sentían en el ambiente los retazos azules en los rostros de los presentes, aunque para mí, sólo existía en ese momento…
-¡Hey! ¡Acércate! –me grita Matt.
A pesar de conocer mi propia conducta, no podía negar que éste chico era muy varonil, su comportamiento inspiraba mucha seriedad. Hasta sentí por un momento que le debía respeto. Como si fuera algún miembro de la Realeza, o un príncipe. Tal vez sí… Más a mi favor, supongo, si me afinco en lo que resulta prioridad para mí. En lo que traté de dirigirme hacia él, escuché un estruendo y se lanzaron todos los muchachos a la piscina, obstaculizándome el paso y salpicándome agua en el rostro. Casi Chloe cae encima de mí, por lo que rápidamente me aparté con nerviosismo hacia una de las esquinas, agitando los brazos como si me fuera a tragar una ballena. Cuando estuve a salvo de aquella pequeña multitud –y no por la cantidad, sino porque ya conocía sus formas de pensar y actuar. Al menos las de Chloe y mi hermano, Peter-, permanecí por unos segundos respirando con dificultad, a causa del instinto de vulnerabilidad que me hacía sentir frágil al lado de ellos.
Me sumergí por un momento para aproximarme, cuando al asomar mi cabeza nuevamente, y respirar, me hallé solo entre tres personas. Matt había salido, pude notar las únicas huellas húmedas que dejaron su rastro. Me hice una pregunta realmente estúpida y las posibles alternativas que me di, idiotizaron más la pregunta. ¿A dónde habrá ido? No muy lejos, supuse, la casa constaba de sólo dos pisos y no había algo diferente en el jardín como para desistir de nadar y estar fresco. Permanecí por un momento incómodo hablando con mis tres acompañantes sin dejar de voltear a cada momento hacia lo que se veía de patio desde allí. Chloe me miró como desorientada y torció los ojos, como si supiera por qué tenía aquella expresión de angustia. ¿Acaso era tan evidente? Lo que ciertamente anhelaba era perseguir a Matt, saber qué quería decirme aunque hubiera sido una total “gilipollez” tal y como decía mi abuela, madrileña de nacimiento cuando me veía untarle mantequilla a mi gato en la cabeza, a mis cuatro años de edad. Así me sentía. A punto de ser devorado por las idioteces que pensaba. Miré alrededor, buscando un simple pretexto para salirme del agua de una buena vez, aunque hubiese querido que Matt me llamara hacia fuera con sus cinco y alargados dedos, pensé en que una rama floja del árbol que cubría mitad de jardín, accidentalmente se desprendiera y cayera hacia nosotros, cuando descubrí que leía muchas historietas al pensar semejante cosa. O quizás que lloviera, aunque no sería un motivo de peso como para huir de allí. Imaginé también a Chloe ahogada en el fondo de la miserable piscina; no es que afinque contra ella un odio letal, pero de alguna manera me parecía tan necia y presumida algunas veces que eso inexcusablemente me incitaba a pensarlo, o hacerlo. Ahogarla. Estaba desesperado, cuando de pronto escuché un teléfono a lo lejos… Nadé hacia las escaleras como un tiburón al ver a un delfín sin haber comido por diez años y me salgo como un impertinente mono acróbata mojando el piso. Cuando caigo en razón de lo que hice (ya me dirigía hacia el teléfono, sonando) me detengo desconcertado por la vergüenza y busco mi toalla. Por el gesto de Joanne, era una llamada para ella, y después de secarme la mano izquierda, le alcancé el teléfono, me senté en una de las sillas largas típicas para una noche sin cama, aptas para cualquier tamaño, y medité el motivo por el cual no había corrido hacia la casa a averiguar dónde rayos estaba Matt. Coloqué la toalla debajo de mí para no sentir el roce desagradable del plástico plano. Acomodé mis brazos detrás de mi cabeza y situé mis muñecas sujetándome la cabeza desde la nuca. Mi pecho formado subía y bajaba conforme el aire llenaba mis pulmones. Eran casi las siete de la noche, tenía sólo tres horas conociéndolo, pero de alguna forma, quería estar a su lado, quería que tuviera frío para abrazarlo. Deseaba con ganas propiciarle de mi boca, un cálido beso. Y de alguna forma u otra, averiguaría si él sentía lo mismo por mí. Aunque, si no lo conocía, no hacía falta añadir más detalles.
Tenía que cambiar eso.
Me levanté visualizando un cielo oscuro inundado de estrellas, y recogiendo mi ropa y mis zapatos, me metí dentro de la casa y encontré a Matt acostado en un sofá negro y amplio; y por la posición de comodidad que lo acogía, se veía muy reconfortable. Estaba tumbado boca arriba, con su brazo izquierdo apoyando su cabeza y el otro, inmóvil apuntando al suelo. Tenía una pierna flexionada y la otra a lo largo. Se hallaba abismalmente dormido. Lo miré fijamente tanto tiempo seguido que, al moverme, no medí el espacio y tumbé un jarrón de porcelana que adornaba en una mesa de madera, como las del vestíbulo, y casi me lastimo con los pedazos rotos que saltaron. La explosión casi ensordecedora despertó a Matt y se levantó de golpe, dirigiéndome una mirada que emitía enojo por haberlo despertado, frustración al haber roto un jarrón (¿importante?) y burla quizá por lo torpe que fui. Se sentó para colocarse sus sandalias y subió al desván. Sospeché que traería una escoba y una pala en las manos. Aguardé en la cocina mientras bajaba. De pronto, sentí sus pasos ruidosos haciendo chillar las escaleras de madera. Apoyaba mi frente en dos dedos, ultrajado por mi torpeza en lo que Matt se me acerca. Mis sospechas fueron ciertas.
-Creo que mi tía me va a matar. –me dice.
Inocentemente, como un niño infantil que no rompió un plato, sino un jarrón inmenso, lo miré apenado…
-¿Qué me ibas a decir en la piscina? –le pregunté para evadir el remordimiento. Tragué saliva ruidosamente.
-¿Me ayudas con esto?
-¿Estás evadiendo mi pregunta?
Estaba agachado y levantó la mirada hacia mí, resignado a responderme. No parecía muy seguro de sí mismo. Respiró profundo y me vio como si considerara que mi insistencia en saber del tema resultaba muy tediosa para su gusto. Entornó los ojos y su expresión denotaba que yo carecía de madurez, con respecto a lo que yo asimilé.
-Olvídalo.
-¿Será fácil?
-Era algo tonto. Ya pasó.
-Quiero saberlo.
-Déjalo así.
-¿Por qué?
-¡Simplemente te iba a pedir que nos tomáramos algo! ¿Ya? –su mirada era de resignación y abrió los brazos como demostrando rendición. Me dio hasta pena. ¿Por qué refugiar tanta confianza en aquel trato mutuo entre él y yo que apenas acababa de nacer?
Lo ayudé a seguir recogiendo los pedazos de jarrón y no le dirigí otra palabra más. Luego me preguntó si tenía sed, y al finalizar de tirar lo que quedaba de jarrón a una bolsa negra, nos sentamos en la mesa de la cocina, abrimos una botella de vodka y nos servimos.
-Pensé que no tomábamos. –le acoté.
-Me provocó. ¿A ti no te suelen dar provocaciones a último momento?
Tenía cara de pícaro. A raíz de ese comentario, derramé por la nariz unos chorros de vodka… Matt se burló de mí –quizá la risa acumulada que no exteriorizó después del desastre que ocasioné-. Entre más risas, más se iba aprovechando ese momento que sólo era nuestro. Mientras tanto. ¿Qué tenían aquellos ojos cafés que me antojaban comer tanto chocolate? ¿Qué había en ese aspecto suyo que hacía que me temblara el alma? Aquella sonrisa no parecía delatar tristeza, aquella sonrisa me decía que la gente sí puede ser feliz a cuesta de lo que sea y de cualquier manera. No había motivos para no superar los malos presagios o permanecer resentidos ante la vida que se acababa a cada segundo que pasaba. Pero ¿por qué yo sentía que la mía no tenía fin?
-No sigas, por favor. –le dije.
-No lo haría.
-¿Podrías pasarme unas servilletas? –si hubiera sabido que se encontraban a nuestro lado, no le hago tal petición.
-Seguro.
-Me arden los orificios nasales –le dije, limpiándome la cara-. Qué idiota soy.
-Hey, no digas eso tampoco, a cualquiera le sucede, oyendo mis comentarios absurdos. –se subestimó muy sutilmente para justificarse.
-No tanto.
-¿Ah, no?
Cuando entreabrí la boca para responderle, entraron Peter y Chloe, acaramelados, besándose y tocándose hasta las pestañas. Se lanzaron en el mueble, y el televisor de la sala de estar se encendió de repente. Como si una mano invisible hubiera accionado el botón ON/OFF del control remoto. Estaban transmitiendo un partido de fútbol. Peter se levantó del mueble, dejando a Chloe visualizándolo trasladarse y se acercó hacia donde yacíamos nosotros y abrió el refrigerador –que estaba a mi izquierda- sacando dos cervezas. No me había detenido a explorar aquella cocina. Por alguna extraña y jocosa razón, al igual que en la casa de mi madre, las ventanas estaban vestidas con cortinas blancas con frutas, que se hallaban detrás del comedor, donde nos hallábamos sentados. Reí entre dientes al percibir ese detalle, y aluciné al notar cuánto orden prevalecía en el lugar. Próxima a Matt, reposaba una cocina empotrada de lujo, bajo unos gabinetes de vidrio con una perilla muy refinada y de color dorado, en forma de rosa. Me sentía maravillosamente en aquel lugar. De repente, escuchamos a lo lejos a Joanne que venía desde la piscina proliferando su disgusto por algo que le decían...
…por teléfono. Al llegar a la cocina, se detuvo cuando nos vio, pero hizo caso omiso de su reacción y de nuestra presencia y entró, con ninguna inquietud porque fuéramos a oír su conversación; al contrario, pude notar que sentía como un interés especial en que Matt la escuchara.
-Es que no es simple, no te entiendo, ¡mis amigos vinieron desde Dayton para celebrar tu cumpleaños! –Acababa de responder, gritándole a Noah, su novio; lo supe gracias a Matt, que movió sus labios articulando las palabras, sin emitir sonido- ¡lo prometiste, y me dijiste que vendrías para estar conmigo! ¡No me importa que estés haciendo, ven por favor! –Movió la mano izquierda con desesperación dándole forma a su enojo y la sentí a pocos centímetros de mi cara, como si por accidente hubiera podido bofetearme. Inesperadamente colgó la llamada.
Joanne sonaba molesta, al parecer…
-Noah no viene.
-¿Y por qué? –preguntó Matt.
-¿Dónde está el jarrón de Singapur? –por un momento le pareció recordar su ausencia al haber pasado por ahí antes de entrar a la cocina.
-OH, disculpa. Ese fui yo. –le dije con pena. De nuevo.
-Creo que mi tía nos va a matar. –la expresión de Joanne no era agradable.
-Sí, se lo dije –se burló Matt. Su hermana lo miró como si fuera un desconsiderado.
-No tiene sentido alguno su comportamiento majadero y sus citas a ciegas, sus ataques neuróticos, su agonía falsa al no verme, ¿cree que soy estúpida?
-Lo tropezó, no lo vio.
Por un momento me sentí causante del estado de ánimo de la muchacha, a raíz de ése comentario.
-Claro, ¡y tiene las santísimas agallas para decirme que él tiene su vida y no puedo yo pretender que él esté disponible para mí! ¡En una ocasión que lo favorece a él! –ahora si en realidad estaba molesta.
-Un momento, ¿y dices que él es el neurótico? –la mirada que le propició Joanne a su hermano, le hizo a éste cerrar la boca.
Matt se levantó de la silla y abrazó a su hermana, que lanzó su móvil hacia la mesa de la cocina, y casi me derrama el trago. El teléfono se detuvo justo en la punta de la mesa formando un triángulo perfecto. Matt la tranquilizó y acarició su espalda, mientras que Chloe, que había llegado conforme escuchó los gritos, se le quedaba viendo atontada desde la puerta de la cocina y Peter simplemente volteó demostrando repulsión, y se fue hacia la sala, retomando su excitante juego de fútbol. Si no hubiera estado absorto en la cara del hermano de Joanne, me hubiese dado cuenta que mi hermano y su novia estaban allí.
-No viene, y ya, vamos a invitar a mis amigos, a tus amigos y hacemos una fiesta a lo grande, ¿te parece? –Matt intentó tranquilizar a su hermana.
-No me convence, pero es lo que realmente necesito.
-Entonces, empieza a hacer llamadas.
Su hermana le sonrió, como si él era el único con poder absoluto para calmarla. Luego se dirigió a mí.
-Tú dormirás en mi habitación. –señalándome con el dedo índice.
-De acuerdo, está bien. –asentí conforme.
-Bueno, si es así, busquemos tu equipaje en la sala.
Así lo hicimos. Subí con la ayuda de Matt mi equipaje para su habitación, ya que me tocó dormir con él, tal y como me lo dijo. No me incomodaba para nada la idea. De hecho me gustó repetirlo en mi subconsciente. Sólo había dos camas. El cuarto se veía muy acogedor. Hacía un calor tan abrazador que le pregunté si podía darme un baño; después de darme una respuesta afirmativa, me ayudó a organizar lo que iba a usar para esa noche, y mientras yo me desataba la trenza de la bermuda, se retiró con pena y me dejó solo. Matt era muy precavido, porque vi una toalla de color verde encima de la cama y con ella me cubrí y salí de la habitación. Él manejaba su teléfono celular y al verme salir en paños menores y descalzo, me acompañó al baño y me dio instrucciones de cómo utilizarlo.
-Si necesitas alguna ayuda, sólo llámame, estaré abajo.
-¡Seguro! –le respondí con nerviosismo, y salió, cerrando la puerta.
Miré alrededor y me quité la toalla, colocándola sobre el tubo de metal en el que se corría una cortina cubriendo la ducha. La cerámica del baño era de color naranja tipo marmoleada, preciosa. Abrí el grifo izquierdo de tono plateado al nivel de mi abdomen y sentí como el agua tibia caía sobre mi cuerpo. Cerré los ojos para evitar que se colara por mis ojos y acomodé mi cabello hacia atrás, dejando mi rostro empaparse de aquella fuente de vida. De pronto, unos minutos luego, sentí un golpe fuerte. Automáticamente me asomé entre la cortina a ver que pasaba, y se trataba de Matt, que se había resbalado con una alfombra que daba la bienvenida.
-Oh, creo que me caí. –se disculpó.
-Hey, déjame darte una mano. –le dije desde allí dentro.
Tomé la toalla, cerré el grifo de la ducha y me cubrí para ayudarlo a levantarse.
-Qué torpe soy, mis disculpas.
-¿Qué hacías aquí?
-Te traía unas pantuflas para que no mojaras el suelo caminando hacia al cuarto y no vi esa cosa –señalando la alfombra-, obviamente me resbalé, ouch, me duele la espalda.
Creo que mi cara de susto no fue nada ortodoxa, por lo que se echó a reír débilmente.
Ambos nos reímos de nosotros mismos y nuestras inevitables tonterías, cuando de repente se asoma Joanne:
-¿Qué están haciendo? –nuestra risa se volvió carcajada y ella nos miró con decepción.
-Me caí, punto. Es todo. ¿Algún problema?
Ayudé a Matt a levantarse sin prever mi anatomía y Joanne se tapó la boca con la mano, por lo que Matt se sorprendió, y me doy cuenta por mí mismo que nunca debí hacer eso.
Joanne salió del baño y Matt la siguió, apenado, dando tropezones con una mano apoyada en la columna, cerrando la puerta tras de sí. Los escuché susurrando afuera.
-¿Qué rayos fue eso? –le preguntó Joanne a Matt.
-No tengo idea, sólo se acercó a mí cuando me caí, no te rías.
-¿Por qué he de hacerlo? –y lo hizo.
-Basta. Joa.
-Creo que le gustas.
-¿Qué? ¿Estás loca?
-Bueno, lo mejor es no hablar del asunto. Como si no sucedió, ¿sí?
-Me parece factible. ¡Cristo!
-¡No puedo! –Joanne se estaba partiendo la columna vertebral de la risa.
-Eh, Brandon, ¿estás bien allá dentro? –dijo Matt soltando una carcajada al decirlo, al mismo tiempo que Joanne le dio una palmada sonora algo fuerte, en algún sitio de su cuerpo, riendo.
-Sí, claro. –le respondí con muchísima vergüenza cerrando muy fuerte mis ojos-. Te veo ahora.
-Seguro.
Sentí desde el baño como sus voces se alejaban. Bajaron al vestíbulo, por lo que deduje. Ya que yo tenía que ir a la habitación de Matt a vestirme. Mientras tanto yo, opté por continuar duchándome. Unos minutos después, oí la estridente voz de Chloe, ¿tan escandalosa es?...
-¡Ayúdame a quitarme esto por favor! –le gritó a Peter. Cerré la ducha para escuchar mejor. Sin poder creer lo que escuchaba. De todas formas ya me había demorado lo suficiente.
-Voy, voy, van 1 a 3, ¡no puedo perdérmelo!
-Entonces esta noche, ¡me va a dar tanto sueño que bailarás con la escoba!
-No hay mucha diferencia.
Las voces se disminuyeron. Quizá Peter le dedicó más atención a ella con cara de resignación y se levantó a ayudarla. Salí del baño con las pantuflas azules, peludas y acolchadas que me trajo Matt y esbocé una risa para mis adentros. Me coloqué una bermuda limpia en el cuarto de Matt, y bajé a colgar la toalla para que se secara. Con la excusa de ver a… mi hermano y su novia parloteando.
-Cariño, me decepcionas. –le escuché decir a Peter.
-¿Por qué? No soy tan ágil como tú, soy tu chica frágil. –se defendió Chloe.
-¿Fácil? ¿Qué dijiste?
-¡Idiotaaaaa! –dijo melodiosamente Chloe.
Seguidamente, tomó a mi hermano como bolsa de boxeo, rebotando sus puños contra sus bíceps.
-¡Ja, ja! ¡Cálmate! No es para tanto. Te quiero así, y lo sabes.
-¡Ay, ven acá! –lo amarró con sus brazos y se dispuso a besuquearlo. Puaj.
-Cariño, ¿para qué usas esas blusas con ligas si sabes que eres patética para quitártelas?
-Me lucen.
-Bueno, sí.
Realmente, mi hermano y Chloe se veían patéticos al besarse y babearse, diría yo. Lucían como protagonistas de novelita de señora que teje delantales. Matt y Joanne entraron a la sala de estar y mientras la interpelada llamaba a sus amigos para la fiesta, Matt salió al patio trasero, y se sentó en el suelo. Me fui detrás de él con la excusa de preguntarle dónde podía colocar la toalla aun deduciéndolo por mí mismo, pero sin embargo no lo hice, ya que él se me adelantó.
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