I
RESIGNACIÓN VENTAJOSA
(ADVANTAGEOUS RESIGNATION)
Cerré mis ojos obedientemente para permitirle al viento acariciarme el rostro, mientras sentía la arena ardiendo debajo de mí. Casi besaba el sol, que me abrazaba la cara con sutileza. Estaba sentado, apoyando mis codos sobre mis rodillas, hipnotizado por el sonido de las carreras constantes de aquellas olas, como el cabello del océano. Era una tarde soleada, de esas en las que se ve el ocaso que incendia las pupilas. Mi piel parecía oro, estaba tan dorada como ese inmenso sol que estaba a punto de hundirse, como si algo lo halara hacia abajo.
Chloe, la novia de mi hermano, se acercó desfilando precipitadamente hacia mí, después de haber vociferado estrepitosamente mi nombre:
-¡Brandon! ¡Brandon! –decía muy emocionada.
Me había concentrado con tanta plenitud a la promesa cálida del sol, que casi olvido mi nombre.
Su cabello se sacudía con el viento de una manera visualmente atrevida, cosa que resultaba natural para mí; corría desde lejos como si entre nosotros fuera a abrirse una grieta que nos separase de por vida. Parecía una modelo de Baywatch dispuesta a rescatar a una víctima ahogándose en aquel mar de agua salada. Obviamente. Llevaba puesto el traje de baño naranja absolutamente basto con pececitos de todos colores que se antojó de adquirir en la carretera camino a casa, después de un día de “camping”, sin percatarse de mis dramatizadas ganas de ir al baño. Cuando llegó a donde estaba yo sentado, se lanzó libre –y como habitualmente tiende a hacerlo- a mi lado, haciéndome tocar la arena con el codo, evitando derrumbarme para no tener que amordazarla para que me limpiara la arena de la cara.
-¡Hola! –le dije con ecuanimidad.
-¡Hey!
Me observó detenidamente con una expresión que denotaba: “¿qué rayos hace este idiota, solo en la playa tan tarde?”. Miró hacia atrás y le indicó a mi hermano que se esperara con un ademán realmente bestia para una dama. Aunque creo que viniendo de Chloe Jerryblock, no me sorprendía. Al parecer lo que me venía a decir era rápido y sencillo. Cuando se volvió hacia mí, me miró a los ojos con la mano izquierda apoyada sobre la arena, y la derecha –que no dejaba de deslizarla por mi pecho formado- sobre mi pierna derecha. Sin seguir asediándome con su conducta inapropiada, me dijo como un pajarraco de pico largo que intenta convencer a un hipopótamo de que vuele en un globo flotante a su altura:
-¿Sabes qué? Mañana cuando amanezca vamos a Manhattan, a ver a mi mejor amiga que va a celebrar el cumpleaños de su novio… ¿quieres ir?
Me dirigió una mirada de convencimiento, por un momento pensé que iba a llorar; mientras dudaba qué responderle. Si no le daba una respuesta inmediata, no me dejaría en paz y me perseguiría hasta donde yo fuera, con el objetivo de sacarme un “sí”. Y si le respondía que no, no dormiría esa noche, por lo cual balbuceé:
-¿Mañana?
-¡Sí! ¡Mañana! –puso los ojos como platos y una sonrisa flameante mayor al ocaso que se despedía y no supe qué responderle de nuevo, ya que quería compartir con mi mamá. Justo “mañana”.
-Mmm, no lo sé. Quiero…
-¡Yo quiero que vayas! ¡Por favor! –me interrumpió zarandeándome del brazo como un niño que quiere un chocolate cuando sólo cuenta con espinacas.
-¡Está bien! ¡YA BASTA! ¡Sabes que no me gustan ese tipo de reuniones! Pero… ¡Sí, tranquila, yo voy!
Esbozó un grito de alegría y satisfacción, me dio un beso en la mejilla y se alejó de mí corriendo de nuevo. Ya se había puesto el sol, lamenté habérmelo perdido y volteé mis ojos hacia arriba por permitirlo. Colocando mi mano izquierda sobre la arena por detrás de mí, me impulsé para levantarme formando un puente con mi cuerpo por 2 segundos. Sacudí mi mano frotándola contra la otra, y podía escuchar el sonido de aquella interacción, como si aplaudiera un espectáculo invisible. Los restos de arena los expulsé contra mis piernas, dándome leves golpecitos llenando mi bermuda roja -la misma que me había regalado mi madre aquella mañana- de arena y caminé tranquilamente por la orilla de la playa. El sonido del mar realmente me relajaba, me trasladaba a un sitio en mi mente en dónde no había gente, ni disturbios, ni maldad. Sólo paz entera, y total tranquilidad. Las olas golpeaban más fuerte, y una de ellas llegó a la orilla, humedeciendo mis pies. No me agradó del todo el espasmo que sentí con el contraste del calor del ocaso y la caricia del mar frío, por lo que me alejé hacia la arena y comencé a caminar hacia mi casa, maldiciendo. Defecto que aún no he podido corregir. Todavía había personas en la playa, recogiendo sus cosas, listos para marcharse a casa. Me impresionó la gran variedad de circunstancias de distinta gente, pertenecientes a distintas clases sociales. Unos con autos de último modelo, con placas de neón; otros con autos sencillos, de agencia; mientras que otros se conformaban con el auto de papá o mamá, o quizá un auto de segunda mano que costó el setenta por ciento menos que su precio original. Los menos agraciados contaban con el autobús para rezagados que partía a las seis. Una familia que no poseía ningún tipo de vehículo, yacía al final de la fila de visitantes de aquel lugar. Me causó un poco de gracia una pequeña niña que jugaba con una pelota. La lanzaba, iba hacia donde caía, y la volvía a lanzar, dispuesta a buscarla donde quiera que cayera; era azul y con un tamaño muy acorde a la estatura de la bebé de aproximadamente tres años, que la perseguía sin parar. Recordé a Hanna, mi hermanita, mucho antes de dejarnos. Era igual que ella, con su cabello dorado como el sol y sus ojitos azules como el mar. Casualmente, el traje de baño que llevaba, era azul. Me invadieron rápidos flashbacks de Hanna jugando con mi mamá y conmigo; maldito auto. Maldita enfermedad. Maldita inconsciencia. El sonido de una corneta me dispuso entre dos instantes paralelamente unidos por mis recuerdos y el presente. Un hombre con una gruesa contextura y una enorme barriga cubierta de pelos le gritaba a un muchacho que se había concedido la tarea de buscar agua de mar para lavarse los pies, supongo. Al parecer el emisor ya quería marcharse a casa. Sin embargo, en lo que se refiere y acontece a mí, no podía ponerme depresivo, tenía una maleta que llenar. No podía permitirme detenerme a pensar en qué faltaba, o quienes me faltaban, simplemente no. Me negaba por un instante a recordar el dolor que se siente perder a un ser querido. No se lo deseo a nadie en este mundo. Ni al peor de mis enemigos, si es que a mis espaldas los tengo. Un pequeño perrito se me acercó y me pegó su fría nariz de la pierna derecha, trayéndome al presente de nuevo. Acaricié levemente su cabeza y seguí caminando… Cuando llegué a la casa antigua y tejada, con rejas negras y fachada blanca, me detuve, abrí la puerta y allí estaba mi madre en la cocina, sirviendo mi cena. El calor tan abrazador que calentaba el pueblo a esa hora después del ocaso, hacía que la persona más importante de mi vida usara ropas ligeras. Pero, esa bata vieja que tenía puesta, englobaba mucho la palabra. Tenía un aspecto que prácticamente daba a entender que la había tomado del basurero. Estaba rota cerca de la cadera y la rajadura de la tela tenía forma de balón de fútbol americano. Tenía el cabello recogido con una patética pinza de Chloe con una mariposa que brillaba en la oscuridad. Al sentir mis pasos, se volteó hacia donde escuchó tal sonido y se dirigió a abrazarme con las manos mojadas del fregadero.
-¡Oh, cariño! ¡Estás caliente! ¡¡Y ya me manchaste el piso de arena de nuevo!! ¡Ve a tu cuarto y ponte unos zapatos! ¡No dejes que se te enfríe la comida! –me dijo, con un tono represivo pero jocoso a la vez, dándome una nalgada.
-Tranquila mamá, ya bajo. No te enfurezcas. –utilicé mis manos y mis gestos de la cara para que se compadeciera de mí. ¡Ja!-
Respondí su acotación y subí las escaleras hacia mi habitación, cuando por segunda vez, escuché mi nombre desde abajo en un tono elevado, causante del salto de sorpresa que di. Sé que entré a la casa con los pies llenos de arena, lo cual no había motivo alguno de alteración de la paz de un ser común como yo. Quizás mi madre sabía que mis pies estaban en ese estado, pero no había visto los rastros que dejó mi caminar. Bajé casi corriendo con los zapatos anchos de trenzas que me calcé rápidamente y busqué la escoba en el pequeño cuarto detrás de la cocina. Barrí rápidamente los rastros de arena, limpié mis pies, besé a mi mamá en señal de disculpa, aunque no paraba de reírme y me senté a comer en la mesa que decoraba en cantidad a la cocina y en la cual reposaba un plato con espagueti largo. Mamá me vio con una sonrisa que se burlaba de mi descuido y se volteó hacia la nevera, abriéndola para colocarme la Kétchup frente a mi plato. Noté que mientras estaba de campamento con mi hermano, mi mamá aprovechó nuestra ausencia para hacer cambios en el hogar. Las columnas estaban pintadas de naranja (recordé el horrible traje de baño de Chloe) y la pared de amarillo claro. Cubriendo las ventanas, se apreciaban unas cortinas blancas con pequeñas frutitas decorando aquella fina tela, a través de la cual se podía ver el paisaje exterior. Me complació mucho darme cuenta del toque perfecto. Todos los cambios hacían juego con los muebles de madera que habíamos adquirido este año, no hace mucho. Comí más rápido que una bala y coloqué el plato silenciosamente en el fregadero, antes de salir corriendo a mi habitación. Pasados unos minutos tuve que confirmarle a Chloe que la acompañaría a Manhattan con su novio, ya que no era aún el momento perfecto; razón que me confesó al oído cuando volvió a la casa a preguntármelo. Por su expresión y la forma en la que se mordía nerviosamente el labio, pude darme cuenta a qué hacía relación y asentí comprendiendo su acotación, sabiendo que mi hermano nunca se preocupó por comprenderla. Le inquietaba mucho más que estuviera en buena forma y que fuera una chica sexy para él, con la única excusa de no mirar a otras chicas que estuvieran iguales o mejor que ella. Estaba seguro de que también le preocupaba que yo fuera más alto que él y que tan sólo tuviera diecinueve años, y él veintidós. Yo siempre dije que mientras la persona que esté compartiendo su vida conmigo me quiera y me acepte tal como soy, con virtudes y defectos, no había altura, o edad que fuese más importante. Él vivía con su novia en la casa de sus padres, a la esquina de la nuestra. En temporadas, o situaciones de suma importancia, se les veía por la casa de mi madre; pero muy de vez en cuando. Cada vez que se presentaba una pequeña oportunidad de preparar comida de más, podíamos disfrutar de su compañía. Chloe no tardó mucho en volver a su casa. La “escolté” hacia la puerta de entrada, me dio otro beso en la mejilla en señal de agradecimiento y pude sentir un poco de pena por ella. No por ella exactamente, sino porque estaba con mi hermano. Cerré la puerta y me detuve detrás de la misma esperando a que se alejara mientras supervisaba por el vidrio. La perdí de vista, cuando me distrajo el sonido de la moto de nuestro vecino más próximo. Sin protestar mucho por eso, le pasé el cerrojo a la puerta nuevamente –Chloe había acudido a mí en horas de la noche, y mi madre y yo acostumbramos pasar el cerrojo muy temprano- subí a darle las buenas noches a mamá –que veía un programa de cocina- y cerré la puerta de mi habitación opacando el sonido de su televisor. Me paré en el centro de mis más acogedoras cuatro paredes y visualicé el entorno. ¿Qué podría llevarme para un viaje que probablemente no disfrute? La luz que provenía del techo, no iluminaba a la perfección el lugar, por lo que miré hacia arriba y maldije la mala calidad de la lámpara. Muy sencilla y varonil; parecía una luciérnaga gorda incrustada a la pared como si tuviera alas magnéticas y la misma fuera de metal. Abrí mi armario y saqué fácilmente mi maletín de viaje. Lo subí sobre la cama. Con una mueca de indecisión, me arrastré de vuelta al armario a escoger detenidamente mis franelas favoritas. Las lancé a la cama –algunas cubrieron el maletín-, y después de contar como cinco, cerré el armario y me dispuse a doblarlas sentado en la orilla de la cama para empacarlas. Luego añadí al equipaje las demás cosas indispensables para un viaje corto. Cepillo de dientes, mudas de ropa interior, calcetines. Preparé poco equipaje, en comparación con los demás viajes que he hecho. No quería quedarme tanto tiempo en un sitio solo, viendo a mi hermano y amigos devorando carne como caníbales mientras yo contaba granos de arena sentado en el inodoro para deshacerme de toda imagen desagradable. Esta fue una noche en la que me costó dormir y tuve la mente en blanco. Estaba haciendo más frío que de costumbre y olvidé cerrar la ventana antes de acostarme y cubrirme con el edredón. Me levanté violentamente, como un niño a quien obligan a hacer su tarea mientras juega en su consola de videojuego. Me quedé un rato largo visualizando aquel paisaje que me ignoraba y al sentirme más iluminado por la luna que por mi propia lámpara, subí la mirada hacia aquella estrella gorda y suspiré. Extrañaba montones de cosas. Mi casa ya no era la misma. Mi familia no era la misma. Ni siquiera sé si yo siga siendo el mismo. Es increíble como la vida da giros. Como un molino en un granjero, sólo que el mío estaba vacío. Y ya el viento no corría por mi prado. Quizá mi corazón albergue una esperanza de volver a sonreír nuevamente. Pero no le doy certeza a que la razón dé su “brazo” a torcer. Cerré la ventana y arrastré los pies hacia mi cama. Estaba exhausto. El día de campamento me consumió toda la energía que podía considerar que tenía. Me refugié en el edredón de soles que me obsequió la hermosa mujer que se hallaba próxima a mí en la otra habitación y me cubrí hasta la cabeza. No podía dormir. Pero de repente tenía calor. Resultaba extraño ese pálpito violento en mi pecho, cuando sólo sabía que haría lo mismo de siempre, en situaciones iguales. De tanto pensar, no reparé al día siguiente el momento en el que cerré los ojos la noche anterior. Amaneció inexplicablemente rápido para lo que estaba esperando y me levanté aturdido por el sonido de la bocina del auto de Peter, mi hermano, botando vulgaridades por la boca. Salté con la rapidez del movimiento de la lengua de una rana cuando atrapa a su presa y con el portazo que le di a la puerta del baño, al cual entré para cepillarme, desperté a mi mamá y desde afuera me dio los buenos días y bajó a prepararme un desayuno improvisado. Salí como ciervo perseguido por un guepardo hacia mi cuarto, me coloqué una camiseta negra sin mangas y tomé mi maletín, antes de casi saltar hacia el vestíbulo. Me despedí de mi mamá que me preparó sándwiches para el viaje, y después de estremecerme con su abrazo fuerte y cálido, le di otro beso escuchando su bendición y la orden de que la llamáramos cuando hubiésemos llegado, salí apresurado y abordé el Mazda azul, que yacía en frente de la casa.
Saludé con confianza y me senté del lado derecho en los asientos traseros, junto con los bolsos, maletas y cosas de la mujer exagerada que tenía por cuñada. Supuse que mi madre se despidió de nosotros con la mano, porque no pude ver más que el equipaje de Chloe. Tomamos carretera a las ocho de la mañana desde Dayton, en dónde vivíamos. Unas horas después, llegamos a Manhattan. Nos detuvimos a almorzar en un pequeño restaurante que había en la carretera.
Tardamos poco ahí. Pasada una media hora llegamos a una casa muy colonial, con jardines y cercado. Pude saber que se trataba de la casa de Joanne, la mejor amiga de Chloe. Peter hizo una llamada frente a la reja inmensa que protegía el espacio libre del patio en donde no faltaba el césped y pequeñas hileras de flores extrañas, junto a uno más grande que era sólo pavimento y en donde supuse que Peter estacionaría el auto. Pasados unos cuantos minutos salió una chica de baja estatura, con tez bronceada y con notables aparatos en los dientes. Su cabello era muy liso y de un color caoba rojizo, que hacía ver muy tierna la combinación de sus ojos cafés claros. Supuse que era Joanne, porque Chloe gritó de emoción y corrió hacia ella ahogándola con un abrazo que denotaba que no se habían visto por un largo tiempo. Después de que la chica en cuestión, asfixiada por el abrazo de Chloe, abrió la reja y Peter pudo estacionar el auto, un poco apenado, osé a permanecer dentro del mismo mientras los escuchaba hablando sobre el largo período sin verse. Mi hermano abrazó a Joanne, después de dejarme solo adentro, y los tres voltearon hacia un chico que acababa de salir por la puerta de entrada. La misma por donde vi a Joanne salir. Reaccioné al instante saliendo del auto y ya éramos entonces cuatro personas que lo veíamos, y pasé a ser el único cuando los saludó rápidamente y se fue hacia la parte de atrás de la casa corriendo. Lo seguí con la mirada algo perdida hasta que no pude distinguirlo más; y allí fue que me digné a salir del auto y caminar hacia los chicos para conocer a la tan nombrada amiga de mi cuñada, y quizá para no dar una mala primera impresión. Fingí haberme quedado dormido y me incorporé al círculo deforme que hacían. Chloe me presentó y estreché la mano de la chica con educación. Me quedé hablando con ellos un momento breve, hasta que ella nos invitó a entrar al vestíbulo y más atrás nos acompañó…
-¡Matt!
Matt, ¿así se llamaba?
La voz de Joanne sonaba muy dulce pronunciando ese nombre.
-Te presento a Peter y a Brandon. Peter es el novio de Chloe y Brandon, su hermano.
Se acercó a nosotros y estrechó la mano de Peter y luego la mía.
-Mucho gusto. Me llamo Matt.
-El gusto es mío –le respondí.
Se alejó hacia Joanne, que lo tomó por la cintura desde atrás y por un momento sentí impulsos de empujarla. ¿Cómo se me pudo pasar por la mente tal cosa?
-¡No puedes dedicar tu existencia a cubrirte los oídos con unos audífonos! ¡Ten vida social, por Dios! –le dijo Joanne a Matt, sin tacto alguno- No imaginaría que harías si vieras tu iPod en el fondo de la piscina.
Matt mofó a Joanne y demostró que el comentario no le agradó, por lo que suavemente se zafó de los brazos de su hermana mientras ésta se reía en juego con los otros dos. Subió unas escaleras que noté del lado izquierdo del vestíbulo cuando entramos. Supuse que se dirigía a su habitación. Mis acompañantes y yo nos encargamos de bajar el equipaje del auto. Ayudé a mi hermano a llevar las cajas de cervezas hacia la cocina. Mientras que Chloe traía los bolsos y demás cosas y Joanne colocaba las cervezas dentro del refrigerador. De improvisto, escucho a Chloe alarmarse al ver a su amiga y colocarse las manos sobre la sien.
-¡Joanne! ¿Qué estás haciendo?
-Estoy metiendo las cervezas en el refrigerador. ¿No ves?
-¡NO HAGAS ESO! ¡Pueden explotar! ¿No lo has leído en alguna parte?
-No.
-Yo sí. Creo que fue en una revista en la peluquería.
Mi expresión fue de desconcierto. Como si me hubieran explicado la teoría de gravitación en arameo. Volteé mis ojos y revisé mi bolso buscando mi cámara digital pero no la encontré por más que busqué y revolví todo allí dentro. Me devolví al auto desviando la mirada hacia Joanne, que había terminado de vaciar la caja entera y la colocaba bajo la mesa de la cocina. Le pregunté con un poco de pena si podía llevarme la caja para desecharla afuera. Me dio muy despreocupada una respuesta afirmativa y cuando tomé con la mano izquierda el objeto, aluciné al pasar nuevamente por el vestíbulo al ver unas pequeñas figuras de hierro muy bien distribuidas en una mesa de madera barnizada bajo un espejo grande con un marco muy antiguo y elegante. Joanne se acercó a mí al oírme maravillarme en voz alta por la curiosidad y me dijo que esos fueron los primeros juguetes de Matt, cuando apenas tenía 3 años. Su padre se los había traído de Australia, poco antes de morir en un hospital por un derrame cerebral. Por lo visto, había otros molinos sin viento a mí alrededor. Le sonreí con educación y ella igual a mí, antes de ver su reloj. Eran las 4 de la tarde y su tía ya debería estar por llegar, según lo que les escuché mientras hablaban en el patio apenas me uní a la conversación. Se metió a la sala de estar.
Al dirigirme a la puerta de la casa para salir, Matt apareció de golpe con una especie de portafolio en las manos tropezándome sin querer en lo que torpemente, solté la caja y me cayó sobre un pie. Maldije a todo el firmamento mirando hacia Matt que trató de aguantar la risa y mi rostro cambió. ¿Sería por el efecto de haber visto esa expresión en el suyo? ¿Por ver su sonrisa?
-¡OH, discúlpame! –Se reía con júbilo-, a veces no sé ni por dónde camino, Brandon, ¿cierto?
Asentí con la cabeza y sonreí con nerviosismo sobándome el pie, como si así sanaría el golpe que me dio la caja.
-Iba a buscar mi cámara al auto de mi hermano y a ver dónde colocaba esto para que lo desecharan, pues ahora más. Debí dejarla allí. –le dije después de mirar con desprecio a la caja de cervezas, señalando la cocina con la cabeza. Nuevamente logré sacarle una sonrisa a Matt, que creí verlo sonrojarse.
-Está bien, yo iba un rato al estudio a continuar dibujando. –me dijo con dulzura en cada palabra que emitía, señalando el portafolio con la cabeza, después de un silencio incómodo en la búsqueda de alguna insignificante cosa que decirme.
-¿Tú… dibujas?
-Eh, sí. Pero no es la gran cosa. No soy un dibujante profesional. Sólo plasmo en papel cualquier cosa que se me ocurre, pero no con lápiz de carbón sino con pintura.
-Wow, eso es genial. Algún día quisiera ver lo que haces.
-Seguro, aunque si quieres buscar la cámara y luego acompañarme, no sería mala idea.
-Mmm, de acuerdo. Sí, hagámoslo.
-Genial.
Me abrió la puerta para salir. Lo hice primero, y él me siguió. Cerró la puerta tras de sí y me esperó en la entrada. Abrí el auto y lo vi desde la ventanilla agachado. Mordía con sutileza la comisura de sus labios, apretaba su mandíbula y miraba hacia los lados con un gesto serio, misterioso… tomé la cámara, estaba bajo unas sábanas que no me daban mucho que pensar y cuando me volteo para salir del auto y cerrarlo, me sorprende la presencia de Matt tras de mí. Pegué un brinco de susto junto con un pequeño gritito y luego me sentí intimidado. Jamás debí permitir que saliera ese sonido de mi boca. Y como estaba en cuatro patas como un desvergonzado perro, se me puso la cara del color de mi bermuda al pensar que quizá él estaba detrás de mí cuando adoptaba tal posición.
-Oh, disculpa si te asusté, no fue mi intención, sólo que estaba pensando que tal vez no quiero dibujar hoy y que ya que estás aquí podríamos ir a la piscina a bañarnos un rato. ¿Quieres?
“¿Otra cosa diferente? Pero qué inestable”. Pensé. No sabía en realidad que hubiese una piscina, pero di una respuesta afirmativa. Cavilé varios segundos acerca de la facilidad con la que variaban los planes y las decisiones de este chico, pero quizá hice caso omiso, ya que otros efectos compensaban el hecho de no pensar en ello.
-¡Te muestro los dibujos luego! Voy a llevar mi portafolio a mi habitación y luego te alcanzo –no esperó a que diera mi respuesta cuando se retiró rápidamente lejos de mí, entrando a la casa.
Las tres personas restantes que ocupaban el entorno en ese momento –mi hermano, su esposa y la hermana de Matt-, se hallaban afuera, en el patio trasero, cubierto por una cerca repleta de matorrales por detrás de ésta, vista desde el callejón principal y desde adentro, actuaban como guardaespaldas; en el centro, una agradable piscina, que por un lado “eclipsada” por el reflejo del árbol que la llenaba de pequeñas hojas sólo por la mitad, se movía formando pequeños oleajes a medida que el viento besaba su superficie al pasar desapercibido. Visualmente hablando, sí se veía muy provocativa. Grande y muy ancha, se podía ver el atardecer desde ella, cuestión que me resultó perfecta. No pude creer cómo el tiempo corrió tan rápido estando tan distraído. El tiempo corría cada vez más vertiginosamente, y sin embargo nadie al parecer lo notaba. El cielo se oscurecía, las nubes se sonrojaban por la despedida apasionante del sol, y yo también, al estar parado en un sitio en donde tal vez no me sentía ni bienvenido ni cómodo. Al menos por ese momento, a juzgar por mi mala percepción, no había nada que me entretuviese lo suficiente como para despejarme la memoria de la pesadez de mis recuerdos y no sentir pesado mi pasado. -¡Hey, Bran! ¡Tómate una cerveza! –me grita inesperadamente Peter.
-No, Pete. Sabes que no tomo.
-¡Bah! ¡Algún día lo harás!
Nuevamente me negué a alterar mi sistema inmunológico. Obviamente le agradecí a Peter la amabilidad y sentí como convertía la expresión de su cara igual a la de un pintor que chorrea su obra de arte. Noté que Matt había llegado de repente y tampoco tomaba, cosa que me pareció extraña.
¿En qué clase de cosas pensaba? Se supone que si no tomo licor es porque no me gusta, pues él tampoco lo hará por la misma razón. Sin embargo, por algún motivo en especial, él tampoco estaba apetecido por lidiar con su hermana, estando con el mío, y menos con su acompañante. Supongo. Aún estaba parado casi en medio de la estancia sin saber qué hacer. Matt al parecer no notaba mi presencia y los demás permanecían parloteando como loros sus anécdotas de nuestro camping. Sumido en la incertidumbre y la vergüenza de estar en un sitio ajeno sin saber si tengo derecho a actuar por cuenta propia, me quité la franela negra que traía puesta y el pantalón. Creo que haría lo mismo que el hermano de Joanne. Si era lo que yo pensaba que haría. Me dejé las bermudas rojas para cualquier imprevisto como éste, aunque no sé ni para qué, porque me había traído muchas en el bolso. Matt se quitó su franela igualmente mostrando un torso delgado, –mientras algo dentro de mí viajó como una ráfaga de fuego desde mi garganta hasta mi estómago- lanzándose a la piscina y salpicando agua cerca de los muchachos. Yo ya estaba en bermudas y si no me metía de inmediato a la piscina, pensarían que me dio una parálisis corporal. Por lo que dramaticé la acción después de que Matt lo hizo.
-¡Ten más cuidado! –le gritó Joanne a su hermano sin molestia alguna, limpiándose las piernas y el brazo derecho. Al parecer le había salpicado, ya que era ella la que se encontraba más cerca de la piscina. Matt la burló haciendo un gesto vulgar con su dedo.
Me invitó a aproximarme hacia él con un gesto de la mano, muy diferente al anterior. Todo se silenció por un pequeño instante, y sólo me invadió la presión del agua. Nadé como un tiburón acechando su presa, y al salir, froté mi cara con ambas manos y me detuve cuando me lo encontré de frente.