12.10.2010

EL ARTE DE PERDONAR EN UNA PESADILLA

No hallo los motivos para volar por un firmamento salpicando mi miseria al batir unas alas que no existen. Me sostengo a tu recuerdo, y aunque esté elevado millones de metros, me siento cayendo hacia al más trivial e inmenso abismo. Probablemente me sienta cada vez más a punto de sucumbir rozando las nubes con mi codicia, palpando el aire con mi mal presagio y tocando el cielo, inalcanzable tras de mí. Una osadía que defiendo, pero una pasión que no encarno. Sin embargo te escucho, no se desde dónde proviene el sonido de tu voz, pero te escucho, desde muy lejos, sin poder emitir un grito atroz que me desgarre la inocencia con una sola pizca de tu malicia. Pero despierto en mi cama a una pesadilla que me ata a un ciclo de soledad que cada segundo arde en llamas, al escucharte necesitarme y no poder estar contigo, sin percatarme de que tú tampoco me tendiste tu corazón cuando la idea depresiva de estar solo, retumbaba en mi mente. Quería indudablemente luchar contra los demonios que me halaban hacia un oscuro agujero, y, cansado huía a la posibilidad irremediable de perderte, luchando cada vez más contra lo que nunca sentí, y que ahora hacía estragos en mi interior. No pude ganar una batalla contra tu pensamiento, quizás no soy precisamente el indicado para no pensar en ti. 
No te imaginaste que al escucharte pedirme perdón, yo me daría media vuelta y partiría. Ya que ahora es tarde para ti. Tal y como siempre lo fue para mi tu atención. Tarde. Allí cuestiono mi fidelidad emocional al preguntarme a mí mismo si de verdad me interesa conocer o indagar sobre mi futuro, próximo a éste. Sinceramente no nací para odiar, pero hay alternativas que no te ofrecen ninguna. Por lo que pude saber que mi fin llegaba, sin miedo, y afrontando mi destino con decisión y postura ante el remolino de problemas que surgieron, y por lo tanto llegué a pensar que por lo menos podríamos sembrar una amistad, extrayendo la chispa que encendió la pólvora que englobaba un amor gris. Tuve la torpeza de empaparme en el diluvio que acontecía, dándome una oportunidad para reencontrar un cariño perdido entre la arena. Te amerité a mi lado como un corazón amerita un latido, pero esta rutina se tornó tediosa y para mí el verte me bastaba por día. No era nada nuevo, vale acotar. Te amé con fuego, un fuego que me quemaba el alma y la hacía pedazos y la reconstruía cada vez que te besaba y te hacía pleitesía como a un ángel sin saber que el cielo para ti era muy inmenso y despedías un humo negro que se confundía con tus ojos, vacíos e incoloros. Sin embargo tuve miedo, miedo de repetir una caída jovial a un sendero de espinas que formaban tu nombre. 
Me sentí obviamente taimado al creer ciega y obsesivamente en tus falsas y neutras palabras al confesarme una fe que te embriagaba el pensamiento y que querías contagiarme sin piedad. Pero ya, gracias a ti, te fuiste, lejos de mí, de mi vida, del camino que piso. En donde ya no soy yo el que está tendido en el suelo para tú, circular sobre mí. Pero, ¿a dónde fuimos? Ni siquiera lo sé, mi cara ignoró tu camino y mis ojos se cerraron a la posibilidad de enfocar un recuerdo que te refleje a ti al pensar en nuestros mejores momentos. Pero sigo despierto, caminando sobre una pesadilla, en la que te acabo de perdonar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario