Comencé por desconfiar en tus palabras,
por pensar en que serías igual a los demás.
Cavilé cuáles habrán sido los motivos por los que te prendaste de mí,
sin realmente percatarme en que simplemente te atrapó mi autenticidad.
Dudé por un momento de mis debilidades al no poder reconocer lo que causé,
cuando ni yo mismo tenía las intenciones de enamorarte.
Ni yo mismo entendí como pasó,
ni pude sentir lo que éramos antes de que pasara.
Sólo desperté una mañana y sabía que estaba pensándote.
Sólo me quise dormir de madrugada para soñar contigo,
cosa que resulta lo único que puedo hacer.
Estoy atascado en que tu confesión sea verdadera y sincera,
porque si lo es, estaría cometiendo el peor error de mi vida.
Si no lo es, igual el error seguirá siendo mío.
Por iluso.
Por inmaduro.
¿Cómo sé si sé creerte?
¿Cómo sabré si sabré reconocer la verdad?
Han pasado ya varias semanas, varios meses;
y aún no he podido hallar la razón por la cual el ancla de tu ilusión me haló hacia la fantasía más profunda que hunde nuestros corazones heridos.
Tengo miedo de dejarme llevar, aunque ya me dejé.
Tengo miedo de fracasar, al no dejarme.
No quiero esperar tanto tiempo para unirnos.
Pero a la vez siento que si no espero, no te tengo.
Y si no te tengo, no sabría cómo hacer; si llorar o reír.
Reir o sufrir.
Hasta ahora no lo sé.
Pero ilusionado me quiero quedar,
hasta que esta ilusión se vuelva realidad.
O hasta que la realidad sea el fracaso.
O que fracase después de que me aburra la realidad.
Lo que sí sé, es que me quedaré esperándote hasta que llegues.
Y así me doy una lección a mí mismo,
esperando la llegada de un momento que,
entre la niebla todavía se ve incierto.
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