Recuerdo que me cegaba sutilmente su brillo. Hablaba con él mientras me distraía la sencillez. Recuerdo que lo esperé parado bajo la lluvia, mientras corría desde lejos husmeando entre la gente para encontrarme. Recuerdo que me estrechó la mano y bajamos juntos a un sitio lleno de gente. Nos sentamos a comer, y le compré una barquilla de chocolate; hablamos por horas y subimos a un área libre. Retraté su inofensivo rostro unas cuantas veces, después de alucinar impulsivamente a... seguir disfrutando el momento. Recuerdo que el rubor delataba un destello único en nuestros ojos. Sonreíamos por nuestros chistes sin razón. De vez en cuando cruzábamos accidentalmente miradas y desviábamos, apenados, quizás. Caminamos por la calle hablando de nuestras vivencias tanto actuales como pasadas. Cuando se detuvo a comprar el cristal. Recuerdo que eran dos, recuerdo también su precio. Los colocó dentro de un bolsillo de su pantalón y seguimos caminando. Me causaba gracia la forma en la que movía los rasgos de su cara al hablar. Era mucho más alto que yo, unos cuantos centímetros. Estábamos encantados de habernos visto al fin. Pero lamentablemente pasaron dos (2) horas muy velozmente y tuvimos que despedirnos. Ya ese cristal no brillaba tanto. La claridad no nos favorecía. El ocaso dio final a un brillo que me cegaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario