Tenía miedo de salir a la luz, de recibir aire para sus pulmones y darse cuenta en sí, que estaba vivo. Tenía la inmensa audacia de llorar y obtener todo lo que una mujer que lo amaba tenía para obsequiarle. Tenía la piel suave, como la seda, y una contextura realmente pequeña, propios de un tesoro tan admirable como lo fue cuando nació. Ella lo cubría con vestimentas de tela suave, de colores y variadas… Peinaba su cabellito con un cepillo amarillo de punta curveada. Todas las noches, lo alimentaba de su pecho o con su respectivo biberón. Se veía tan feliz de haber concebido a tan hermoso ser, que salía a la ventana y agradecía a Dios por su existencia. Nada en el mundo poseía mayor importancia. Él plasmaba en su rostro sonrisas incorruptibles, sencillas; incitaba un latido amable en su pecho… Desechaba todo aquel mal presagio, la ironía, la agonía de una vida que nunca vivió, le daba fuerzas para seguir adelante con o sin compañía, pero sabiendo que en un futuro tendría una mano más grande que la que le sostenía y la levantaría hacia lo más alto, sin mirar hacia atrás. La educación jamás le faltó. Ni lujos, ni tonterías, su mayor lujo resultaba ser ella. Encontró a la perfección el sitio en donde trazó levemente el camino que debía seguir y lo abordó con decisión.
Se acompañaron mutuamente en todo, lucharon contra la adversidad y la mediocridad y ambos pudieron encontrar un motivo para sonreírle a esa magia maravillosa llamada “vida”. Se esforzó por ayudarla, se moría por hacerla feliz, por no verla sufrir, por hallarle razones para soportar ciertas circunstancias que herían su piel con un filo de injusticia, y así respaldarla, en todo lo que podía. Pues la amaba, sí la amaba, y apuesto que lo daría todo por ella, hasta el final. Pero sin más que acotar, absolutamente estoy de acuerdo en que discutamos esto, ya que vale la pena recordar ese momento y ese momento brilla como el oro, como sabrás, ella es mi madre, y su tesoro admirable soy yo.
Se acompañaron mutuamente en todo, lucharon contra la adversidad y la mediocridad y ambos pudieron encontrar un motivo para sonreírle a esa magia maravillosa llamada “vida”. Se esforzó por ayudarla, se moría por hacerla feliz, por no verla sufrir, por hallarle razones para soportar ciertas circunstancias que herían su piel con un filo de injusticia, y así respaldarla, en todo lo que podía. Pues la amaba, sí la amaba, y apuesto que lo daría todo por ella, hasta el final. Pero sin más que acotar, absolutamente estoy de acuerdo en que discutamos esto, ya que vale la pena recordar ese momento y ese momento brilla como el oro, como sabrás, ella es mi madre, y su tesoro admirable soy yo.
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