Ahora mi corazón se rotula una cicatriz con la más afilada noción de tu realidad: vivir sin mí. Como si nunca hubiese existido. Cualquier recuerdo de mí talvez lo interpretarás como algo inevitable y vacío. Y nada en la vida podrá explicarle a mi alma por qué tu respiración se volvió tan tóxica para ella. Hieres a esta alma empedernida y perdida en tu pensamiento a la que envenena tu sentimiento hostil y le soplas como un tornado toda la basura que dices no sentir por mí. Porque me cansé de buscar lo que no iba a encontrar. Porque hieres sin ningún motivo a ésta empedernida alma que volaba por un cielo oscuro sin la compañía del brillo de la luna. Brillo que se apagó cuando fue de día, porque caí al suelo y cerré los ojos. Así que ni de día, ni de noche, pude darme cuenta de lo que había dentro de ti. Quizá porque tuve los ojos cerrados. Quizá porque te amé como un ciego en la oscuridad de mi mentira. Quizá porque hasta tú me mentiste, y por eso no sabía nada. Pero creo haber abierto los ojos ahora. Creo haberme dado cuenta de que fue suficiente soñar despierto y saber que lo que soñaba dormido nunca se haría realidad. Porque hieres a esta tonta alma que ayudaba al corazón latir más rápido que las alas de un colibrí cuando te veía. Porque hieres a esta triste y desdichada pasión que tú mismo mataste y la volviste contra ti. La hieres, me hieres, amándome a escondidas. Amándome sin querer amarme. Estando sin querer estar cuando te dignas a estar. Sin embargo mi corazón todavía late, bombea sangre. Está bien. Estamos bien. ¿Te necesitaremos a ti? No lo sé, pero tampoco lo quiero saber.
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