Se tiñe nuestra visión y nos besamos las sombras. Te siento lamer el aire pero sabes que me lo haces a mí. Siento que nadie me toca, pero sé que eres tú. Se humedecen nuestras pieles invisibles y se funden en un pozo profundo de donde nos rehusamos a salir. Haces bailar tus dedos por su mejor pista. Te deslizas como una serpiente por mi alma. Te retuerces, nos convulsiona el corazón, nos estallan los sentidos, colapsa el deseo y aún ni te veo. Pero sé que estás ahí, encima de mi respiración notable. Aplastándome la cordura que me detiene a no pensarte. A no desearte. A parar de tocarte. Porque sabes que no lo deseamos y nos deseamos. Como dos lobos sedientos. Como aquella luna que los despierta. Como aquélla ferocidad que ahuyenta la ternura, que la vuelve salvaje, que nos vuelve voraces. Que nos carcome, que nos hace comernos. Bebernos. Tenernos. Que nos hace acabar con la inocencia. Con la vergüenza. Con la oscuridad.
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