12.10.2010

CIEGA RECIPROCIDAD

Complaciste su deseo de estar solo sabiendo que él quería estar contigo.
Lo dejaste solo pensando que sería feliz con otra persona sin saber que él era feliz contigo.
Quizá él sin ti no sabía vivir;
pero tampoco le ayudaste a vivir a tu lado.
Imprimiste en su rostro sus mejores sonrisas por medio de esa forma indiscutiblemente cristalina en la que le brindabas una felicidad que ni el mismo se imaginó teniendo.
Tú eras su sueño y su despertar.
Tú existías en sus sueños y en su realidad.
Él estaba totalmente orgulloso de que su camino se hubiera cruzado con el tuyo.
Tú pensabas en tus problemas y solucionabas los suyos.
Pensabas en propiciarle lo que necesitara sin darte lo necesario.
Jamás lo dejaste hacerlo tampoco.
¿Quién te creíste estando a su lado?
¿El hombre perfecto, el ideal?
¿Por quién todos morirían?
Heriste sus sentimientos,
dejándote llevar por ese idólatra defecto de autosuficiencia con el cual añorabas que te admiraran y no miraste atrás.
Atrás.
A donde estaba él.
O a donde lo dejaste mientras te ocupabas de tu ego.
Allí se quedó él.
Y por tu imprudencia se volvió inmortal en tu memoria.

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