Su vida en el fondo es azul. Ella está enamorada del caos que desata su desamor. Su nombre está rodeado de flores, colores y mariposas; pero sin embargo deja que sus sueños se resbalen por un puente inclinado a punto de colapsar. Por su piel seca como el pavimento, yacen sapos suicidas, conejos fugitivos y reptiles desalmados. Dependiendo de lo que ella escriba, la esperan en su diario esperando una esperanza que esperan nunca esperar. Porque en el fondo, aunque su vida sea azul, saben que nada de lo que quieren sucederá. Así como sus pesadillas de papel violado. Vacío como quisiera haberse quedado.
A pesar de que su vida no le ha ofrecido lo que en realidad añora, o quizá merece, está orgullosa de respirar el aire tóxico que despiden personas que jamás la han valorado ni apreciado como tal. Personas que por desgracia se han ido para no volver. Su esperanza se tiende como un sapo bronceándose en la arena que lame el mar. Húmeda, ilógica, verde. Como el color simbólico de esa palabra que ni entiende. Que ni siquiera puede verla. Su deseo de sentirla se pierde en una cueva oscura en donde sólo revolotean murciélagos desesperados. Ante la gente, opta por camuflajear el dolor que eso le causa, como un desdichado camaleón. No se siente con ánimos de continuar luchando. Su esperanza se la llevó un camarero en un plato que no podía degustar, en un restaurant al que no pudo entrar para estar con una persona que amaba, pero que no la amaba. Así se fue desgastando su vida, como los segundos en cada minuto que muere. En cada minuto se repetía su misma desdicha. Con el desamor, su vida tejió con los hilos del tiempo, la tortura de seguir viviendo sin ser amada. Siendo amada por cuatro paredes blancas, siendo extrañada por su ropa, ávida de colarse por piel así como nadie nunca lo quiso. Se cansa de soportar el maltrato de los cerdos que se revuelcan en el barro sucio y espeso en el que se le ensuciaron los sueños. Aún se levanta y mira hacia el cielo azul, tal y como pensó que era su vida, teniendo aún la esperanza de ver la lluvia caer, empapándole el alma y borrándole las manchas del pasado, impulsándola a intentarlo otra vez...
Pero la lluvia no cae, las nubes están despejadas y blancas.
Como el sitio en donde la internaron porque nadie la amaba.
Cierra los ojos de nuevo e imagina el árbol marchito delante del sol, parado sobre la alfombra de hojas caidas por el calor que trajo el otoño y el tiempo. Intenta ver su rostro reflejado en aquel tronco, como si su piel arrugada fuera su más vital compañera, pero lo único que ve,
es la madera podrida burlándose de ella.
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